20 febrero, 2010

reflejos de amor

Harán no màs de dos dìas atras, estaba esperando a mi vieja que venía a tomar unos mates; ya la lluvia nos empezaba a acorralar en el morir de la tarde. Y a al rato me tenía que ir para la San Martín, pero, un mate a la vieja nunca se le niega.

Al llegar, entra con una flor ò una especie de ramo, al que yo no había visualizado como varias partes, sino como un todo. Como siempre que viene, agarra el florero, lo limpia y lo llena hasta la mitad aproximadamente con agua. Ahí es cuando visualizo que lo que traía no era una flor en si, algunas hojas, unos petalos y una especie de tallos de 10 con hojas; una especie de cienpies.

Mate va, mate viene, charlamos sobre las mascotas (ella un perro y yo tambièn), sobre mi salud, sobre su situaciòn econòmica, sobre mi cursada en la San Martin, en fin, un poco de todo. La cuestiòn es que lo que duró la charla, tambièn duró el armado de este tipo de decorado floral que armó con tanta paciencia y placer. Eran aproximadamente 10 piezas, pero demoró como si fuesen muchísimas màs.

Al terminarlo lo ubicó al lado de la ventana, formando una especie paisaje, ya que uno iniciaba la observaciòn a través de este obsequio y seguía hacia afuera terminando en el tilo que está enfrente de mi vereda y se visualiza en la izquierda de la ventana.

Hoy a la noche, tomando los remedios antes de acostarme, mientras me lavaba los dientes observé que aquello que con tanto amor me había hecho, ya no era como lo era hace unos dìas atrás. Claro, se había marchitado; ya su color no era el mismo, y tampoco se aroma y esas texturas, pálidas como la muerte misma indicaban que ya no había vuelta atrás. Sòlo quedaba arrojarlo a la basura, para que tal vez en otro momento, tenga la oportunidad de volver a ver y sentir el amor de mi madre tan fuerte y presente como en esa flor.